lunes, 17 de enero de 2011

Entre la ética y las ganancias

Jorge Mejia Martinez
jorgemejiama@gmail.com

La reacción de buena parte del empresariado colombiano por los 3.000 pesitos de más que Juan Manuel Santos decidió incrementarle al salario mínimo para llevarlo hasta el 4%, está llena de impudicia. El gobierno calmó las aguas inquietas luego del pírrico 3,4%, con lo justo para costear un pasaje de ida y vuelta en bus. Los trabajadores recibieron el aumento con estoicismo y los voceros de los ganaderos e industriales con cinismo. (A propósito: Roberto Hoyos Ruiz, Presidente del Intergremial de Antioquia, demostró entereza al apoyar al gobierno).

El argumento, que de tan manido se volvió insulso, de que el aumento miserable genera desempleo, no da sino risa. La llamada flexibilización laboral no ha producido los empleos prometidos. Al contrario, la supresión de prerrogativas salariales lo único que ha producido es mayor precariedad e informalidad laboral. Allí está una de las causas principales de porque en Colombia reducir la pobreza y la miseria es una quijotada. Contrario a lo que ocurre en otros países del sur. Un solo ejemplo, Brasil: la pobreza se redujo porque los incrementos salariales estuvieron sostenidos por encima del 10%, mientras la inflación no pasaba del 6%. Allí los empresarios no levantaron la mano para protestar y amenazar con hecatombes laborales porque entendieron que la desigualdad existente conspiraba contra el desarrollo y la prosperidad capitalista. Se demostró las bondades de la vieja tesis Keynesiana de que la mejor vía para estimular el crecimiento económico es la dinamización de la demanda. Mejores salarios posibilitan un mayor consumo, este jalona la producción y ésta el empleo, como un circulo no vicioso. ¿Por qué será que a nuestra clase empresarial le cuesta entender que la pobreza y la miseria se soportan principalmente en la imposibilidad de acceder a ingresos suficientes para al menos sobrevivir? Y eso que no quiero enrostrar la relación ausencia de ingresos-mayor violencia. ¡Para qué!

La reacción del sector financiero a las críticas del gobierno, también fue descomedida. El Ministro de Hacienda se atrevió a cuestionar la voracidad de bancos y corporaciones financieras en aras de estimular una mayor bancarización de la economía. La Superintendencia Financiera reconoce que el 89% de las utilidades que el sistema financiero tuvo al corte de noviembre de 2010, se originaron en los ingresos por servicios financieros. Con otras palabras, por los onerosos recargos por la utilización de cajeros, tarjetas, cheques y consultas. Para muchos colombianos el colchón sigue siendo la mejor opción. Maria mercedes Cuellar, vocera del sector, se empecinó en negar lo que para todos se volvió una marga cotidianidad.

Ahora, el gobierno reaccionó después de que en el Congreso se aprobara una reforma tributaria que lo obligó a regular los costos de los servicios financieros, a iniciativa del Representante a la Cámara antioqueño Oscar Marín, quien denunció que “Los establecimientos de crédito obtuvieron en 2009 ingresos por 1,64 billones de pesos por concepto de servicios financieros, mientras la prestación de los mismos sólo les representó un costo de 375 mil millones de pesos. Significa esta diferencia que los bancos ganaron más de 1,27 billones de pesos por estos servicios, obteniendo una rentabilidad de más del 338 %”.

El periodista Martin Sandbu, del Financial Times, citado por El Espectador, trajo a colación al filósofo Aristóteles para explicar la urgencia de una nueva ética para la banca de inversión, luego de la debacle que hace dos años puso en vilo la economía mundial. “Aquellos banqueros cuyo afán inquisitivo igualara a su afán adquisitivo podrían meditar sobre la idea de Aristóteles de que la virtud de una profesión es la que representa su propósito social”. Tanto pragmatismo por parte de quienes manejan los negocios resulta nefasto para la sociedad. Algo más de filosofía y menos codicia, nos acercarán a lo que el pensador griego llamaba “la buena vida” como un propósito colectivo, de todos. Lo aprendimos desde el bachillerato.