Puede sonar acartonada la frase, pero en este caso vale la pena: Carlos Alberto Zuluaga, el Presidente actual de la Cámara de Representantes, es un político que merece el apretón de manos. Lo conocí como portero del Concejo de Medellín; años después era su Presidente. En nuestro medio no hay un político más laborioso que Carlos Alberto. Hasta el cansancio, monotemático con el trabajo. Solo descansa cuando asiste, religiosamente, al estadio Atanasio Girardot a acompañar al DIM – siempre y cuando éste no esté eliminado-. De resto, está mezclado con comunidades: escucha, sugiere y gestiona. No es promesero, pero sí hace mandados. El voto de los electores lo consigue por recordación positiva. No acostumbra gastar plata en sancochos ni regalos; ha ganado todas las elecciones en las que ha sido candidato. No conoce el fracaso, está mal enseñado. Es un hombre de amigos de toda la vida; pierde muy pocos. Cultivador ejemplar de lealtades. La amistad le alcanza más allá de las diferencias políticas y conceptuales. Produce alegría encontrarlo.
Despierta respaldos inquebrantables en dos sectores que dicen de su perfil existencial: educación y deporte. Muchas comunidades de Medellín conocieron a Carlos Alberto comprometido con la construcción de una escuela o el mejoramiento de las condiciones laborales de los educadores o el bienestar de los estudiantes. La dirigencia deportiva siempre le ha confesado sus vicisitudes. El deporte, como un derecho social, ha tenido desarrollos normativos inspirados por Carlos Alberto como concejal desde lo local o como congresista en lo nacional. La mayoría de las placas de reconocimiento y gratitud, que recibe de manera permanente, provienen de una escuela o de una liga deportiva.
Es un trabajador político que produce resultados a su partido y a sus electores. Sin costos éticos o ideológicos. Es decente en la política y un buen componedor. No polariza. Por ello su Presidencia de la Cámara de Representantes hace parte de los logros que se reconocen al actual Congreso de la República. Sin su concurso, menos mediático y visible que el de Benedetti como Presidente del Senado, la agenda de la Unidad Nacional habría tenido más tropezones. Al fin y al cabo en la Cámara hay más gazaperas que en el Senado. Su gestión parlamentaria le permitió, al culminar el último periodo de sesiones, retar al gobierno de Juan Manuel Santos para que se dedique a cumplir lo prometido en la campaña electoral. No caben las excusas.
Las falencias de Carlos Alberto están ligadas a las dificultades actuales de su Partido Conservador. Mientras en el liberalismo, luego de 12 años de destierro, emergen jóvenes y esperanzadores liderazgos –como Aníbal Gaviria o Eugenio Prieto desde Antioquia-, lo mismo en sectores independientes y alternativos – en cabeza de Sergio Fajardo desde Medellín-, en el partido de Caro y Cuervo no se vislumbran relevos fuertes. Esos mismos 12 años de delectación conservadora con el poder de la burocracia y los contratos, permitieron incubar antídotos contra la renovación y la depuración de actores, prácticas y costumbres. La energía que Carlos Alberto despliega en su relación con las gentes que luego son sus electores o como dignatario de las corporaciones de elección popular, le ha faltado para apersonarse de la transformación de su colectividad política. Aunque entiendo que ese reto es un piano muy pesado.
Todo lo anterior, para unirme al justo reconocimiento que este día lunes la sociedad antioqueña tributó a Carlos Alberto Zuluaga, buen amigo de los amigos.
PD: Produce cierto remordimiento desear una feliz navidad a todos y todas, viendo las imágenes de la tragedia del invierno, la impotencia y el abandono. Las víctimas dirán otra cosa, con razón.