Jorge Mejia Martinez
jorgemejiama@gmail.com
Se conoció la semana pasada la encuesta de Napoleón Franco Medellín Cómo vamos. Atiborrada de datos, es una radiografía de la ciudad. Lo mismo ocurre con otras capitales del país. Los medios de comunicación concentraron su atención en tres temas: constatar el sentimiento de orgullo regional por la calidad de vida en Medellín – suena a exageración creer que habitamos en la cuarta mejor ciudad para vivir del mundo- ; las paradojas de la seguridad urbana -en medio de la sensación de intranquilidad que nos embarga, tan solo el 16% de los medellinenses, se siente inseguro-; y en la critica calificación de la gestión del señor Alcalde y su equipo de trabajo – Alonso Salazar y sus coequiperos, aparecen poco favorecidos por la opinión, pero sus entidades obtienen muy altas calificaciones-.
Pero de la encuesta llaman la atención otros dos temas: detrás de la arquitectura y servicios amables que ofrece Medellín, se esconde una sociedad cargada de discriminación; y los precarios niveles de participación ciudadana, no justificables con los cambios de paradigmas políticos y sociales pregonados en los años recientes. Los habitantes de la ciudad no sienten que hayamos avanzado en inclusión. A la pregunta: ¿Usted considera que en Medellin hay discriminación por razones de…? El 83% condición económica, el 78% condición de desplazado, el 78% orientación sexual o identidad de género, el 76% edad, el 74% condición de discapacidad, 73% condición de desmovilizados-reintegrados, el 65% raza o grupo étnico y el 56% genero (por ser hombre o mujer). En cuanto a la participación, tan solo el 3% manifiesta pertenecer a alguna forma de organización social o comunitaria. Estamos mal de capital social.
Uno no entiende que la gente se vanaglorie al máximo de su ciudad y al mismo tiempo cargue con el peso de la discriminación, ahijada de la desigualdad social. Estamos en mora de reconocer y encarar las formas y mecanismos mediante los cuales se reproduce la desigualdad entre las personas y la discriminación hacia distintos grupos o sectores sociales. Sin duda, la discriminación es uno de los mayores obstáculos para la integración social y el fortalecimiento del sentido de pertenencia a una misma sociedad. Como aspectos no materiales de la pobreza y la inequidad, la discriminación y la exclusión, desmoronan la cohesión social.
La CEPAL considera que la profundización de las brechas sociales, económicas y culturales, la pérdida de confianza en las instituciones, la erosión de los sentidos de pertenencia y el desinterés por los asuntos públicos estarían generando las condiciones para una mayor exclusión de los pobres. También ha indicado que en un contexto caracterizado por la disminución de la solidaridad, por el debilitamiento de los vínculos comunitarios, por la erosión de los mecanismos empleados por los más carenciados para enfrentar los riesgos, por una baja participación y por una escasa confianza en las instituciones, los pobres se hacen más vulnerables, porque tienen menos recursos para enfrentar las crisis, lo cual puede acentuar la reproducción de la pobreza (CEPAL, 2007c; Narayan, et.al., 2000).
La discriminación por la situación socioeconómica puede ser un factor poderoso en el traspaso de la exclusión entre las generaciones. La discriminación y la segregación – los aspectos más distintivos de la exclusión – tienen un profundo impacto negativo en la calidad de vida. Ser pobre puede llevar a la estigmatización y discriminación de las instituciones, lo cual conduce a su vez a una mayor pobreza. Generalmente, los que mejor viven son los que menos discriminados se sienten. Son los pobres los que más sufren el rigor de la discriminación por su condición económica, desplazamiento, orientación sexual, edad, discapacidad, desmovilización, raza o genero, como evidencia la encuesta Medellín cómo vamos. Son membrecías sumadas correspondientes a distintas categorías sociales que tienen en común la falta de oportunidades en el campo económico o laboral. Cruel circulo vicioso.
jorgemejiama@gmail.com
Se conoció la semana pasada la encuesta de Napoleón Franco Medellín Cómo vamos. Atiborrada de datos, es una radiografía de la ciudad. Lo mismo ocurre con otras capitales del país. Los medios de comunicación concentraron su atención en tres temas: constatar el sentimiento de orgullo regional por la calidad de vida en Medellín – suena a exageración creer que habitamos en la cuarta mejor ciudad para vivir del mundo- ; las paradojas de la seguridad urbana -en medio de la sensación de intranquilidad que nos embarga, tan solo el 16% de los medellinenses, se siente inseguro-; y en la critica calificación de la gestión del señor Alcalde y su equipo de trabajo – Alonso Salazar y sus coequiperos, aparecen poco favorecidos por la opinión, pero sus entidades obtienen muy altas calificaciones-.
Pero de la encuesta llaman la atención otros dos temas: detrás de la arquitectura y servicios amables que ofrece Medellín, se esconde una sociedad cargada de discriminación; y los precarios niveles de participación ciudadana, no justificables con los cambios de paradigmas políticos y sociales pregonados en los años recientes. Los habitantes de la ciudad no sienten que hayamos avanzado en inclusión. A la pregunta: ¿Usted considera que en Medellin hay discriminación por razones de…? El 83% condición económica, el 78% condición de desplazado, el 78% orientación sexual o identidad de género, el 76% edad, el 74% condición de discapacidad, 73% condición de desmovilizados-reintegrados, el 65% raza o grupo étnico y el 56% genero (por ser hombre o mujer). En cuanto a la participación, tan solo el 3% manifiesta pertenecer a alguna forma de organización social o comunitaria. Estamos mal de capital social.
Uno no entiende que la gente se vanaglorie al máximo de su ciudad y al mismo tiempo cargue con el peso de la discriminación, ahijada de la desigualdad social. Estamos en mora de reconocer y encarar las formas y mecanismos mediante los cuales se reproduce la desigualdad entre las personas y la discriminación hacia distintos grupos o sectores sociales. Sin duda, la discriminación es uno de los mayores obstáculos para la integración social y el fortalecimiento del sentido de pertenencia a una misma sociedad. Como aspectos no materiales de la pobreza y la inequidad, la discriminación y la exclusión, desmoronan la cohesión social.
La CEPAL considera que la profundización de las brechas sociales, económicas y culturales, la pérdida de confianza en las instituciones, la erosión de los sentidos de pertenencia y el desinterés por los asuntos públicos estarían generando las condiciones para una mayor exclusión de los pobres. También ha indicado que en un contexto caracterizado por la disminución de la solidaridad, por el debilitamiento de los vínculos comunitarios, por la erosión de los mecanismos empleados por los más carenciados para enfrentar los riesgos, por una baja participación y por una escasa confianza en las instituciones, los pobres se hacen más vulnerables, porque tienen menos recursos para enfrentar las crisis, lo cual puede acentuar la reproducción de la pobreza (CEPAL, 2007c; Narayan, et.al., 2000).
La discriminación por la situación socioeconómica puede ser un factor poderoso en el traspaso de la exclusión entre las generaciones. La discriminación y la segregación – los aspectos más distintivos de la exclusión – tienen un profundo impacto negativo en la calidad de vida. Ser pobre puede llevar a la estigmatización y discriminación de las instituciones, lo cual conduce a su vez a una mayor pobreza. Generalmente, los que mejor viven son los que menos discriminados se sienten. Son los pobres los que más sufren el rigor de la discriminación por su condición económica, desplazamiento, orientación sexual, edad, discapacidad, desmovilización, raza o genero, como evidencia la encuesta Medellín cómo vamos. Son membrecías sumadas correspondientes a distintas categorías sociales que tienen en común la falta de oportunidades en el campo económico o laboral. Cruel circulo vicioso.