Jorge Mejia Martinez
jorgemejiama@gmail.com
Ingrid y Piedad son víctimas de nuestro tiempo degradado. ¿Si fueran hombres la sociedad colombiana se encarnizaría de igual manera? No creo. Cayeron en desgracia, la una por hablar poco, víctima de sus silencios, y la otra por hablar mucho, víctima de sus palabras.
A Ingrid le exigían más expresividad con el Presidente Uribe el día de su liberación. Su parquedad alimentó el señalamiento morboso de los colombianos, que luego se transformó en odio cuando no supo calcular el costo social de su fallida demanda. El resquemor despertado por su madre angustiada, no doblegada en las escalinatas del Palacio de Nariño, encontró un blanco perfecto en la altivez y la inteligencia de la mujer secuestrada, no exenta de los caprichos y terquedades propios de una cuna privilegiada. Las gentes veían a la mujer demacrada de la foto enviada por sus carceleros de las Farc, con la cabeza gacha, indomable y el cabello sobre la cintura, crecido al mismo ritmo del sufrimiento en la selva, como una posible competidora del Presidente Uribe. Su hermosa carta a la mamá despertó muchas simpatías, pero no desalojó la prevención del alma de sus compatriotas. Hoy, el odio enfermizo de los demás, la tiene acorralada fuera de su patria.
Piedad tiene el carácter que le falta a la mayoría de los colombianos. No la amilana el poder; así lo demostró ante el comandante de las AUC, Carlos Castaño, cuando la tuvo secuestrada. Fue una muralla inamovible ante Uribe Vélez, Jefe de los dos últimos gobiernos, lo mismo que ante Cesar Gaviria, el jefe de su partido. Recia. Levantó tanto en alto la bandera del intercambio humanitario que no hay otro congresista colombiano con más reconocimiento internacional. Mujer de posturas y causas. Fiel a las reivindicaciones de las minorías nacionales, cuya voz encarnó con éxito desde el parlamento o desde la calle. Pero inflexible y pésima calculadora política respecto a las peligrosas aristas del conflicto nuestro. No creo que Piedad sea miembro de la guerrilla o marxista o comunista. Es una liberal ubicada en un extremo, no una infiltrada. Pero sí ha sido blandengue con las Farc; lo cual desentona con la coyuntura en la cual el pueblo de Colombia se radicalizó ante la burla de la silla vacía en el Caguán.
El lenguaje de la senadora, aparentemente riguroso, despierta desconfianza. Y no es que yo esté avalando el malsano lenguaje de los uribistas redomados. Pero con las Farc, a quien en las entrevistas de prensa Piedad les da estatus político y derecho a la beligerancia, ocurre una gran equivocación: son los principales responsables de la derechización de este país y los culpables de que Colombia sea hoy campo infértil para un proyecto político de izquierda democrática. La degradación de sus acciones y la arriada de sus banderas sociales en aras del narcotráfico, los secuestros, los cilindros y las minas antipersona, son barreras insalvables para quienes luchan ubicados en un espectro desde el centro hacia la izquierda. La guerrilla no será vista jamás como una aliada. Piedad no entiende esta tragedia. Tanta pasión no es buena consejera. En Antioquia sí que la hemos padecido: el discurso nacional moralizante de la senadora, no ha sido impedimento para que en las últimas campañas electorales, haya hecho llave con sectores retardatarios y corruptos de la política regional. Lamentable incoherencia.
Pero equivocarse por hablar, no puede ser considerado un delito de opinión en Colombia, como pretende el fundamentalista Procurador General de la nación. Nadie ha salido a acusar al Procurador de paramilitar, a pesar de su obstinación en defender a connotados jefes políticos sindicados de asociarse con los paramilitares. Lo mismo pasa con Piedad: en lugar de castigarla en los estrados de los organismos de control, por culpa de sus larguezas conceptuales, debieran ser los electores los que se pronuncien en las urnas. La voz de Piedad alimenta el pluralismo político colombiano. Suerte.
Respecto a Ingrid, me apresto a leer su libro. Por apasionante y bien escrito; no solo por llevarle la contraria a comentaristas apasionados, negativos, como Alvarez Gardeazabal, el de la Luciérnaga.
jorgemejiama@gmail.com
Ingrid y Piedad son víctimas de nuestro tiempo degradado. ¿Si fueran hombres la sociedad colombiana se encarnizaría de igual manera? No creo. Cayeron en desgracia, la una por hablar poco, víctima de sus silencios, y la otra por hablar mucho, víctima de sus palabras.
A Ingrid le exigían más expresividad con el Presidente Uribe el día de su liberación. Su parquedad alimentó el señalamiento morboso de los colombianos, que luego se transformó en odio cuando no supo calcular el costo social de su fallida demanda. El resquemor despertado por su madre angustiada, no doblegada en las escalinatas del Palacio de Nariño, encontró un blanco perfecto en la altivez y la inteligencia de la mujer secuestrada, no exenta de los caprichos y terquedades propios de una cuna privilegiada. Las gentes veían a la mujer demacrada de la foto enviada por sus carceleros de las Farc, con la cabeza gacha, indomable y el cabello sobre la cintura, crecido al mismo ritmo del sufrimiento en la selva, como una posible competidora del Presidente Uribe. Su hermosa carta a la mamá despertó muchas simpatías, pero no desalojó la prevención del alma de sus compatriotas. Hoy, el odio enfermizo de los demás, la tiene acorralada fuera de su patria.
Piedad tiene el carácter que le falta a la mayoría de los colombianos. No la amilana el poder; así lo demostró ante el comandante de las AUC, Carlos Castaño, cuando la tuvo secuestrada. Fue una muralla inamovible ante Uribe Vélez, Jefe de los dos últimos gobiernos, lo mismo que ante Cesar Gaviria, el jefe de su partido. Recia. Levantó tanto en alto la bandera del intercambio humanitario que no hay otro congresista colombiano con más reconocimiento internacional. Mujer de posturas y causas. Fiel a las reivindicaciones de las minorías nacionales, cuya voz encarnó con éxito desde el parlamento o desde la calle. Pero inflexible y pésima calculadora política respecto a las peligrosas aristas del conflicto nuestro. No creo que Piedad sea miembro de la guerrilla o marxista o comunista. Es una liberal ubicada en un extremo, no una infiltrada. Pero sí ha sido blandengue con las Farc; lo cual desentona con la coyuntura en la cual el pueblo de Colombia se radicalizó ante la burla de la silla vacía en el Caguán.
El lenguaje de la senadora, aparentemente riguroso, despierta desconfianza. Y no es que yo esté avalando el malsano lenguaje de los uribistas redomados. Pero con las Farc, a quien en las entrevistas de prensa Piedad les da estatus político y derecho a la beligerancia, ocurre una gran equivocación: son los principales responsables de la derechización de este país y los culpables de que Colombia sea hoy campo infértil para un proyecto político de izquierda democrática. La degradación de sus acciones y la arriada de sus banderas sociales en aras del narcotráfico, los secuestros, los cilindros y las minas antipersona, son barreras insalvables para quienes luchan ubicados en un espectro desde el centro hacia la izquierda. La guerrilla no será vista jamás como una aliada. Piedad no entiende esta tragedia. Tanta pasión no es buena consejera. En Antioquia sí que la hemos padecido: el discurso nacional moralizante de la senadora, no ha sido impedimento para que en las últimas campañas electorales, haya hecho llave con sectores retardatarios y corruptos de la política regional. Lamentable incoherencia.
Pero equivocarse por hablar, no puede ser considerado un delito de opinión en Colombia, como pretende el fundamentalista Procurador General de la nación. Nadie ha salido a acusar al Procurador de paramilitar, a pesar de su obstinación en defender a connotados jefes políticos sindicados de asociarse con los paramilitares. Lo mismo pasa con Piedad: en lugar de castigarla en los estrados de los organismos de control, por culpa de sus larguezas conceptuales, debieran ser los electores los que se pronuncien en las urnas. La voz de Piedad alimenta el pluralismo político colombiano. Suerte.
Respecto a Ingrid, me apresto a leer su libro. Por apasionante y bien escrito; no solo por llevarle la contraria a comentaristas apasionados, negativos, como Alvarez Gardeazabal, el de la Luciérnaga.