jueves, 17 de noviembre de 2011

Sadismo social, masoquismo guerrillo

Me uno a los que no baten palmas por la muerte de nadie. Una sociedad que se levanta de la silla para aplaudir la pérdida de una existencia es porque está de cama. La creencia es que para que el gobierno de Santos muestre virilidad contra la guerrilla debe mostrar las cabezas de la comandancia de las Farc. Callar la boca de los quejumbrosos del gobierno anterior. Los noticieros de TV se embelesan colocando un chulito sobre cada foto de los jefes que quedan. En todo momento los medios dedican páginas o espacios completos para contar detalles de las bajas o la suerte del cadáver de X o Y. La cultura de la muerte vende titulares y primeras planas.

La tristeza no es por los muertos, sino por la reacción patológica de la colectividad social. Al fin y al cabo nadie guarda luto por el que no conoce o no le gusta. Ya no nos compunge el reguero de muertos por culpa de la violencia. Llevamos 90.000 homicidios en menos de 20 años, sin contar los desaparecidos cuyo número es indeterminado. A los desplazados –personas que fueron obligadas a abandonar todo por la amenaza o el temor, en medio de la total indiferencia- los recordamos porque nos piden una moneda en los semáforos. Hacen parte del paisaje urbano, más que de los pasivos como sociedad.

Con los secuestrados también jugamos al tobogán. La indolencia es la constante, perturbada cuando ocurre algo extraordinario como una liberación heroica en una acción de novela. No hay país del mundo que aguante tener secuestrados con más de 12 años en la manigua. Menos si son servidores públicos que portaban un uniforme de la policía o el ejército cuando cayeron en poder de sus captores. Israel tenía un solo militar secuestrado con cinco años fuera de su familia y no dudó en canjearlo por una alta cifra de presos enemigos. El olvido comunitario y estatal es la peor respuesta al repudiable secuestro.

Los actos demenciales de quienes estaban vivos hasta que una bala o una bomba oficial los tiró al piso en medio de la alegría generalizada, son culpables de la reacción de la galería. La gente no distingue la vida de un Pablo Escobar, un “Jojoy” o un “Cano”. La gente anhela la muerte de un Iván Márquez más que la de un Sebastián, Valenciano o el “loco Barrera”. Una encuesta en tal sentido estaría por encima del 90%. Las masacres, las minas, los desplazados, los secuestros, los retenes en las carreteras, los cilindros bombas, cometidos a nombre de la revolución o la liberación social, pasan su cuenta de cobro. Y lo más grave es que la guerrilla cierra los ojos. Insolente. El masoquismo armado está mandado a recoger, lo mismo que el sadismo ciudadano. Las fibras humanas no pueden vibrar solo con ocasión de la muerte, por más buen muerto que sea, el que sea. El corazón hay que ablandarlo para la paz.

PD1: Alonso Salazar saldrá adelante del proceso que le abrió la Procuraduría porque es un gobernante valiente y comprometido con la sociedad que dirige. Esa diligencia de la Procuraduría la extrañamos respecto a otros asuntos, esos sí, mucho más graves en nuestro medio. ¡Suerte Alcalde!

PD2: el candidato perdedor a la alcaldía de Medellín aún no reconoce que perdió. Todo un talante.