martes, 1 de marzo de 2011

Glifosato y marchas

“la única presencia del Estado en las veredas es cuando van a hacer las fumigaciones” campesino bajo cauca, El Mundo 28 de febrero 2011. La misma historia se repite año tras año: llegan oleadas de campesinos a los cascos urbanos de los municipios con una bandera común: la suspensión de las fumigaciones aéreas con glifosato. Y de la misma manera regresan a sus veredas de origen: con un escrito en la mano donde los funcionarios del gobierno se comprometen a suspender las aspersiones y los campesinos a no sembrar más coca a cambio de programas de sustitución de cultivos.

Las promesas se las lleva el viento y luego de cierto tiempo las plazas públicas se vuelven a atestar de pobladores para reclamar lo mismo de siempre. Primero las autoridades patalean y sindican a los grupos armados ilegales –particularmente a la guerrilla- de ser los instigadores de los desplazamientos y señalan con el dedo a algunos líderes campesinos, pero finalmente terminan negociando con ellos mismos el retorno a cambio de aceptar sus exigencias. Lo importante es tener un resuello para calmar los titulares de prensa. Pero el alcalde o el gobernador no tienen competencia para responder por la no fumigación con glifosato. Los campesinos se equivocan de negociador. Por eso el conejo se repite.

Cierto que los armados ilegales presionan las movilizaciones. Cierto que el glifosato se volvió un enemigo más peligroso que la policía o el ejercito. La bandera de la no fumigación en manos de miles de campesinos, se volvió una estrategia de guerra y de preservación del negocio de la coca. Pero también es cierto que el glifosato tiene dos efectos nefastos: atrinchera la masa campesina al lado de los ilegales, restándole apoyo social a la acción de la fuerza pública, e impacta negativamente el entorno biofísico ambiental en los territorios rurales. Las autoridades civiles y uniformadas no les paran bolas a las denuncias campesinas por efecto de las fumigaciones y se limitan a intentar salir rápido del problema militarizando los cascos urbanos o concertando lo que no es posible negociar. Pero nadie escudriña la veracidad de las quejas.

Muy poco se ha dicho, recurriendo a la ciencia, sobre el impacto del glifosato en la vida humana, vegetal y animal. Cayó a mis manos un estudio de la ingeniera forestal Carolina Restrepo Marín Acerca de los impactos ambientales ocasionados por las aspersiones con “glifosato” en los cultivos de coca y amapola en Colombia (U de A 2008), muy ilustrativo para quienes dudamos de las bondades de un tóxico-veneno como el glifosato, efectivo para acabar con la coca –temporalmente- pero también para destruir desde productos de pan coger, hasta ecosistemas y bosques tropicales, patrimonios de la patria y la humanidad. Basta decir, que la forma comercial más conocida del glifosato, el Roundup, contiene una sustancia conocida como POEA (polioxietileno-amina), cuyos componentes son mucho más tóxicos que el glifosato con una toxicidad aguda tres a cinco veces mayor que la del herbicida solo. Además del POEA, el Roundup contiene un nuevo surfactante: El Cosmo-Flux 411 que aumenta cuatro veces la acción del Roundup, multiplicado por cuatro su efecto toxico. Puede, entonces, que una dosis de glifosato no afecte ningún tipo de vida, pero muchas dosis del veneno al ser necesarias fumigaciones tras fumigaciones, sí podrían ser nocivas. Los campesinos, que se ofrecen a erradicar ellos mismos a cambio de la prometida sustitución, así sean presionados o no, merecen respuestas más serias sobre la incidencia del glifosato, en lugar de criminalizarlos o embobarlos.