Jorge Mejía Martínez
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Fue un ataque de hackers. Fue la conclusión de los investigadores judiciales para explicar lo ocurrido con la información de la Registraduría el día de las elecciones de Congreso de la República. Consuelo para un agobiado Registrador cuya eficiencia rodó por el suelo con la aseveración presidencial de que lo ocurrido fue consecuencia de unas copas de más. Hillari Clinton también sufrió un feroz ataque de hackers amigos de otros aspirantes contendores, lo mismo, según se dijo, que Antanas Mockus en la última campaña presidencial en Colombia. Los ataques cibernéticos, generalmente, terminan victoriosos.
Hoy, el Pentágono -y todo el sistema militar de los EEUU- se encuentra en estado shock por las filtraciones de fotos, videos y testimonios, visibilizando el comportamiento indebido de los uniformados en las guerras de Irak y Afganistán. La desazón militar proviene de hackers resguardados en un sitio llamado Wikileaks, famoso por hacer públicas las imágenes de la cárcel de Guantánamo que motivaron su cierre por el gobierno de Obama. De Irak se denunció, con video, el asesinato a sangre fría por parte de soldados gringos de 12 personas inocentes –entre ellas un periodista-, previamente presentadas como caídas en combate. En Afganistán la calentura no corre por cuenta del fragor de los combates, sino de la filtración de miles de documentos de uso interno y exclusivo del Ejército norteamericano. Julian Assange fundador en 2006 de Wikileaks, fue declarado objetivo de las autoridades de EEUU y los amigos o colaboradores del sitio son acosados por los militares que no se alcanzan a explicar lo ocurrido con sus circulares, memos, directivas, ordenes, evaluaciones, de estricto uso castrense.
Wilkileaks es un sitio de internet dedicado a la denuncia pública de cualquier tipo de atrocidad o atropello. Sin ningún interés económico o político, supuestamente. Banqueros potentados han sido puestos en evidencia por abusar de las prerrogativas legales de un país permisivo como Suiza. Al sitio llega información secreta de todo el mundo con el propósito de su divulgación, la cual antes se verifica. El anonimato y la confidencialidad de las fuentes son una garantía. Otra información es extraída de archivos secretos dada la otra actividad del fundador y director del sitio: el hackerismo. Julián Assange es un reconocido hurgador de información codificada y escondida, con una clara postura ante la arbitrariedad. Considera que Wikileaks es un espacio necesario para la sociedad en que vivimos. Los gobiernos, las organizaciones empresariales y los más fuertes, según él, tienen que saber que hay alguien que les está vigilando por mucho poder que tengan.
A propósito del tema, no descansé hasta que no terminé de leer de un solo tirón, la triada de novelas de Stieg Larsson, llamada Millenium, cuyos títulos son “Los hombres que no amaban a las mujeres”, “la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y “la reina en el palacio de las corrientes de aire”. Apasionantes. Se publicaron entre 2006 y 2009. Su autor, sueco y de 50 años, no alcanzó a vivir el éxito de sus novelas: murió inmediatamente después de entregar los manuscritos a la imprenta. Es el éxito editorial de la década en el mundo. Los tres libros, llevados al cine, tienen dos ejes: el maltrato a la mujer permitido por una sociedad complaciente e indiferente, y la capacidad del hackerismo, si se lo propone, para combatir la corrupción y los abusos de poder de gobernantes o empresarios.
Se hizo famosa la agria disputa de la familia del escritor fallecido alrededor de la millonaria herencia. La pareja del escritor, con más de 30 años de convivencia, no pudo recibir un solo peso de las regalías de los libros, porque la normatividad sueca no permite ningún beneficio por la viudez, si el matrimonio no se consumió formalmente en la iglesia o en una notaría. La viuda fue víctima de los abusos denunciados por su marido novelista. La protagonista, Lisbeth Salander, es una muchacha sin escrúpulos al momento de encender un computador para rastrear los archivos que necesita para vengar a las mujeres. Cualquier información encriptada cae en manos de la red de hackers de la cual la protagonista hace parte.
El tema de los hackers siempre me pareció un asunto anecdótico no exento de esoterismo, propio de nerdos obnubilados por un computador, hasta que por estos días escuché por boca de un amigo, a quien le creo, el ofrecimiento de suministrar antídotos protectores a las redes informáticas, por más sofisticadas que sean. Manifiesta estar dispuesto a demostrar, luego de una autorización escrita por parte del interesado, que si es posible manipular la información financiera de la entidad a su cargo desde un PC residencial. Repito, le creo. Ahora entiendo la dimensión de un hecho que me ocurrió en alguna campaña electoral: un político con oscuras intensiones, me ofreció la financiación de la campaña, con dineros que, según él, podría extraer de las arcas públicas municipales, sin dejar rastros. Sobra decir que no le creí y que hasta allí llegó mi relación con este delincuente. Pero ahora entiendo la gravedad del ofrecimiento: ¡Sí era posible, qué miedo!